¿Se puede volver a retomar un blog después de casi diez años y pretender que alguien lo lea? Siempre me he considerado optimista, así que voy a creer que sí. Es un tópico eso de "estuve entretenida con la crianza" o "he estado tan ocupada con el trabajo y el día a día que...", pero la realidad es que la pereza pudo conmigo. Qué cuesta arriba se nos hace el autocuidado y los hábitos saludables. Qué fácil es anteponer las mal llamadas "obligaciones" a todo lo demás, incluido aquello que te aporta bienestar y satisfacción. Estamos tan anestesiados con los estímulos que recibimos a través de las pantallas que nos cuesta parar, cerrar los ojos, respirar hondo y preguntarnos hacia dónde queremos ir, con quién queremos estar... En definitiva, cuáles son nuestras prioridades.
Siempre hay un punto de inflexión. Ése que provoca un cambio radical en la vida. A veces coincide con un determinado suceso como un problema de salud grave, un accidente, una separación traumática o un cambio económico repentino. Otras veces es una toma de consciencia, ese click en la mente que te hace percibir el mundo de otra forma. Y no, parece que ocurre de un día para otro, pero no. Es un proceso que se va cociendo poco a poco, sin darte cuenta, hasta que un día algo dentro de ti dice: ¡basta! y cierras el libro. En mi caso, cerré ese libro hace más de cuatro meses. Luego vino la visita a mi biblioteca particular donde iba dejando los libros ya leídos, los pendientes de leer y a los que no había siquiera retirado el envoltorio. También descansaban en estanterías unas cuantas historias incompletas, las que estaban por revisar y las que todavía no había ni escrito.
Por fin he salido de esa biblioteca fantasma con el convencimiento de que retomar este blog merece la pena. Aunque no tenga ni idea de sacarle todo el jugo. Aunque estéticamente sea anodino. Aunque no le importe a nadie. Merece la pena para mí y con eso me quedo.